Desgarro gélido entre los robustos eucaliptos.
Metamorfosis perenne del tiempo
caduca,
voracidad impresiva.
Silencio ajedrecístico
profundamente ajado,
causa directa,
orgía sonora de relojes,
y el tic-tac sanguíneo.
Hipocondría emocional,
comitiva de falconiformes
y la acechante.
Toque de queda.
El ser humano está condenado a ser infeliz por naturaleza. El deseo intrínseco a la médula, toda perfección , placebo sustancioso sin duda, es nimbada por la necesidad sensitiva de un porcentaje de seres que como función de supervivencia necesitan el sentir más de aquello ofrecido por la apariencia televisiva de familias comiendo cereales.
Rompiendo la ambrosía, la predisposición profana de un deseo por saciar la inquietud, no nos encaja en complacencia nada y nada nos deriva a una perpetua felicidad.
Nos resquebrajamos el alma, unos a otros nos desmigamos a ritmos procesionales y a la búsqueda continua, a la enseñanza de la relevancia del viaje y no de Ítaca, le añadimos la infelicidad perpétua de no encontrar aquello que fundamentalmente no queremos encontrar.
Vamos así, quebrando la calma, sin importar si la imposición fue interior o exteriormente forzada, abrimos grietas, cicatrices y precipicios, afortunados, sin duda.
Qué letras es un gusto horrible el que siento.
ResponderEliminar