Jugaremos a los barquitos, te enseñaré las casillas donde armé mi flota de perdedores y fracasados marineros llenos de mar y cielo. Tramposa miraré las posiciones donde esconderás a tus barcos y tras esto la naumaquia estallará entre fuegos artificiales y una extrema nocturnidad.
Cabeza fría al horno, comienza la partida, frente a frente -cegados por el vapor de los barcos-, un a siete resuena en el alma que se confiesa con un tocado. Se estremece, la partida mantiene expectante a una bandada de animales pintados con una gran precisión, entre la confusión un be tres se le escapa por los labios, hundido. El agua enfría los pies.
Distancia premeditada, sentados de cara a la pared, pared con pared, calzados de cemento continúan la partida. E seis, ceocho, de cinco..., una larga combinación de letras y números, un largo silencio mientras la flota espera órdenes. No hay respuesta.
Fuerza ebria, no hay juicios, hay plumaje de alas que no caben bien por los marcos de las puertas. Un desordenado discurso de ideas concluye con una derrota común, los marineros se dan las manos y ordenadamente se tiran por la borda. Finalmente un efecinco se dibuja en las comisuras,dan con el agua, por fin con el agua.
Tocados, hundidos y el agua, escalofríos, vértigo para enfermos de acrofobia. Y ahora, que me diculpen los moralistas que se quitan a conciencia cada motita de arena que se acomoda en sus brillantes zapatos. Pero frente a un acantilado gélidamente pasional ,lo único celestial es el pedazo suspendido entre el suelo más amable y el mar más profundo, todo aquello que se mencione más, no será más que un dogma disfrazado.
Juguemos a los barquitos, hundamos la flota.
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