miércoles, 4 de enero de 2012


Hablaba de trivialidades mientras la sombra de un ciprés se reflejaba en su copa suspendida en el vacío. La ropa tendida jamás alcanzaría la sequedad necesaria para ser socialmente aceptada, un grillo valiente había decidido, tiempo atrás, cantar fervorosamente para asegurarse que así fuera. Permanecía en la alienación y entregado por completo a la respiración siempre acechante de la observación inmoral de las olas del mar.


Mantenía un ritmo asequible a su capacidad nerviosa, cada tintineo a la hora cero significa la esclavitud libertaria de trabajar. A golpe de aditivo patrullaba las calles por donde nadie pasa, calles cubiertas de una fina capa de polvo y alguna 


que otra telaraña que simulaban el paisaje nevado vendido por agencias de viaje -misteriosamente disfrazadas de invierno, tristemente repletas de mentiras en los bolsillos secretos de las chaquetas-.
El agnosticismo era una experiencia ,a la larga, placenteramente investigable, alejada del cielo y cubierta de cerillas que se consumían implacables entre el pulgar y el corazón mientras el índice ordenaba pies de plomo. Durante estas prácticas siempre decidía no reflejarse en los espejos, con ello, cierta inmortalidad rodeaba el engranaje morboso de rasgar el fósforo.

A la luna sólo se va sin banderas.










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