Hay puertas que no se abren y que no se cierran.
Sólo están ahí para ser puertas; por la posibilidad imaginaria de abrirlas y cerrarlas.
Son los goznes del albedrío.
El albedrío parece ser el ave mas indecisa, que a veces no recuerda que es ave pero vuela.
Jamás escribe su nombre empezando por la "A".
Insiste en nombrarse con todas las otras letras ignorando la existencia de la voz.
Deforma su quijada de tanto comerse la libertad de las eles.
Se puede decir libremente que goza con la inmovilidad del silencio,
aunque aquello le cueste un par de laringitis anuales.
Presume su carencia de Lamígdalas; y como a todos, le dieron nieve de limón en el hospital.
Definitivamente, el albedrío se mira al espejo y se encuentra con memorias cortas y culpas largas.
Cada mañana decide mudarse a otra entidad distinta al ser humano.
Una con menos problemas técnicos y un sistema operativo más eficiente.
Algo que no sea tan virtual.
Un lugar en el cual ejercerse, nacer, crecer, reproducirse y morir... No sea un impuesto anual.
"Detenerse a oler las flores..."
Como dios manda.
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