Hay casas que dejan de habitarse y su sentido se pierde con las generaciones de silencio; tal vez se pierda apenas unos instantes después de que se vacía de los muebles y los ornamentos. Hay algo ominoso en la demolición de una casa, una sensación de que un misterio está a punto de perderse, sin resolver, entre los escombros. Una casa deshabitada conserva exactamente el mismo código antropológico de las ruinas de civilizaciones desaparecidas: una rutina reproducida un sinfín de veces que al desvanecerse nos ha dejado la sugerencia de lo fugitivo y, como rastro, una caja de resonancia.
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