domingo, 6 de mayo de 2012

No es vida.

Las personas más interesantes se esconden. ¿Será una regla? Interesantes, ¿para quién? Respondo: en todos los casos y para todos los quienes. Los palurdos, anodinos e insípidos, por el contrario, acostumbran no esconderse. Dan la cara en cuanto se abre una ventana. ¿Será otra regla? No, es una ley tan necia como la ley de la gravedad. Los seres más atractivos se entierran como topos, hay que husmear y sacarlos de su madriguera. Esto en caso de que sepamos dónde están, lo cual no es tan sencillo.
Una mesera que va menuda entre las mesas de un restaurante en la plaza Lubeiskiej, en Varsovia. Ella es la única mujer con quien sería dichoso un joven escritor que vive en la calle 26-A, cerca de la librería Luvina, en Bogotá. ¿Pero quién va a presentarlos? Nadie, no existe alguien capaz de presentarlos porque ni siquiera tienen un amigo en común. Esto es una desgracia por donde se le mire.
Es un estigma: estar ausente cuando más se requiere de la presencia. ¿De cuántos artistas, libros, obra se pierde uno cada semana que transcurre? Respondo: se pierde uno absolutamente de todos. Personas que van entre las mesas, o no están en los medios masivos o se esconden por instinto. Se llama calamidad señores!. Buscar en Varsovia a las mujeres que convienen ¿es imprudente? No, de ningún modo, en cambio se les busca en el barrio o dentro de la misma casa. En último término la pereza es un arte que cuesta doblones de oro.
Y sí uno sale a la calle en busca de esos artistas, editores, escritores, librerías que se esconden —o que son sepultados por la agobiante vocinglería de los medios— habrá dado el paso hacia la anulación del ser testarudo e intensamente mediocre que se anida en el alma. ¿Se puede vivir sin leer a Cervantes? Sí, pero eso no es vida. Y si además de lidiar con Cervantes se va en busca de la bella joven eslava que se esconde sirviendo mesas, entonces casi todo habrá valido la pena.

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