El sentido latino de la palabra hiatus es el de abertura o grieta. En anatomÍa designa el estrecho pasadizo que comunica dos cavidades separadas. Es una palabra extraña y proclive a los simbolismos, porque alberga en su brevedad sonora dos ideas opuestas: unión y separación. Dino Valls nos muestra aquí una figura infantil, sexualmente ambigua, sujeta con correas a una tabla medieval catalana. La figura de san Pablo, sosteniendo la espada, amenaza con demediar al sujeto de un solo tajo. La hendidura del sexo parece ya un anticipo de esta radical escisión. No podemos evitar acordarnos del famoso juicio de Salomón o, en clave más reciente, del inolvidable relato de Ítalo Calvino El vizconde demediado.
Vivimos en un mundo de escisiones: el Norte privilegiado frente al Sur explotado, la tradición cultural de Oriente frente a la de Occidente, los nacionalismos frente a la globalización. Pero hay una división que nos atañe aún más, porque sus fronteras pasan por el centro exacto de nosotros mismos: la dicotomía alma-cuerpo. La tradición bíblica recoge ya esta concepción dicotómica de la persona en dos mitades poco conciliables: un alma espiritual y un cuerpo carnal, una persona interior y una persona exterior. El platonismo arraigó esta idea en occidente y san Pablo (ahí lo vemos con su espada) la difundió, como brisa mediterránea, por las primitivas comunidades cristianas. Poco después, el cristianismo medieval llevó la idea a extremos realmente maniqueos: el alma es buena y vive encerrada en esa prisión de podredumbre y de pecado que es el cuerpo. Por fortuna, la Iglesia ortodoxa y las antropologías no dualistas de Asia han sabido recoger y transmitir una visión mucho más integradora.
De hecho, el cuadro de Valls contiene una clara invitación a la esperanza: hay un tenso hilo rojo que conecta los dos pies de esta figura. En Japón circula desde antiguo la creencia de que el destino ata con hilos rojos (akai-ito) a las personas que están irremediablemente abocadas a encontrarse algún día. La idea es profundamente esperanzadora, porque sugiere que también el cuerpo y el alma, antitéticamente escindidos por el platonismo, lograrán algún día encontrarse y restituirnos la integridad que nos humaniza y nos hace seres completos. En nuestro país, el pensamiento de Zubiri, Laín Entralgo o Raimon Panikkar son signos que evidencian que con ese hilo rojo estamos aprendiendo ya a tejer una nueva antropología más integral, más humana, más habitable.
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