Ayer fuimos prevenidos inclementes,
dolorosos impotentes,
suaves vestigios de fondos perdidos.
Anegados en los poros ahorcados,
atafagados
por el despiadado aroma de lo antiguo.
Estuvimos vencidos, escondidos,
relegados.
Antes, no ahora,
solíamos escondernos detrás de los árboles,
mimetizarnos entre los retales de las hojas,
solo porque temíamos seguir cayendo
en trampas para humanos.
Pero ya es suficiente,
el domo huracanado que vela nuestros muertos
se ha resquebrajado.
Y ha llegado el tiempo
de que la luz en la noche se encienda,
el instante de advertir la presencia
que deja la estela de parajes nuevos
que cursan por los ávidos cuerpos.
Hemos alcanzado la hora de volvernos pedazos
en aquellas habitaciones donde moran
los ancianos arcanos,
de destrozar el peso que nos hunde
y resurgir de los fluidos y las quimeras
como linces en la nieve.
Todo para quitarnos la herrumbre
que nos adormece.
Hoy, hace unos días, pensaba en elegías,
en dioses desterrando a los mortales de su paraíso.
En cambio hoy,
en este insaciable nuevo momento,
deseo tomarte de la mano
y llevarte a conquistar el Olimpo,
a ser juntos una nueva filosofía.
Hoy, ahora, no hay necesidad de protegernos.
Ni de nosotros ni de nadie.
Ya mismo somos piel y huesos y sangre,
elementos atados con cuerda de sueños,
la pureza de los seres que se llenan hasta el azar del nuevo día.
En este presente en que nada pesa y todo pasa
es donde te enseño (y espero seguirte enseñando)
que te quiero todo y ya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario