El Polaco sonríe intentando disimular lo obvio. Su faringe
explota y la encierra, sus manos comienzan a transpirar. Se ahoga en un
incesante revoleo de ojos que uno tras otro (como si fueran al compás de un
relojito) le enseñaron a descubrir cuando toca pagar el silencio.
Un dilema tras otro, el mismo intento furtivo de despegar
hacia el cosmos donde su ambición de tenerlo aunque sea solo por hoy no esta
mal visto, y es que aunque lo merece, ella no pretende arruinar su maquillaje
otra vez.
La insatisfacción, el plato especial. Un callejón sin
salida, una escalera al infinito que esconde debajo su secreto, una percepción
inundada de historias que navegan hacia un motivo más para arrepentirse.
Ha pasado el tiempo y por debajo de la pieles también se
siente, el tiempo no miente si no lo provocamos y brindamos una razón para que
lo haga.
Una carrera intravenosa en busca de un limite que desearía
haber conocido tiempo atrás. Pero es que siempre fui tan despreocupada y
egoista.
Es la tentación que invita a mordernos, pero uno no es
suficientemente fuerte para escapar, esos son lujos para los reos.
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