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Cuando alguien te cuenta cosas muy geniales.
Gracias Isabel. |
Esto que les llevo contando fue así. Más o menos. Si me callé, no es por eso, a mí las historias no se me van de la cabeza, tengo buena memoria porque toda mi vida, siempre que pude, comí frutas y berro, y ya ven que a ustedes el berro no les gusta. Lo que pasa es que no puedo precisar si aquel vestido era azul o de otro color. En el momento en que lo menté, lo está viendo, y ahora también, pero sin color, qué cosa más rara. También puede ser que esté confundida. Tuve pocos vestidos en mí juventud y por eso soñé muchos, los inventaba y me iba con ellos para fiestas. En aquella época yo soñaba muy lindo, me gustaba acostarme en mi hamaca los mediodías o me iba a la cama temprano. Eran sueños llenos de luz, con muchos helechos, malangas, enredaderas, casi verdes, y una humedad sabrosa. En ninguno estaba ahorcado Alejo y mamá vivía. Una vez Alejo se apareció como muerto pero no en un sueño mío sino de Eusebia, que dormía conmigo. Se le sentó a los pies de la cama con la camisa blanca puesta, yo también lo vi porque dormíamos abrazadas, y le dijo que había dejado una deuda, que por favor se la pagaran para poder estar tranquilo. Yo no lo oí, sólo lo vi. Averiguamos y era cierto, debía el desayuno de una semana en una tienda por la que pasaba todos los días para ir al trabajo. Pagaba los lunes, y como se ahorcó un sábado no pudo cumplir. Papá la liquidó, el bodeguero ni se acordaba y no quería cobrar. Cuando a uno lo crían con vergüenza, lo crían con vergüenza. Ahora yo sueño poco, lo que hago es pensar y hablar sola, casi siempre de cosas de antes. A Félix, por ejemplo, no lo sueño, y sería lo que más quisiera: verlo, tocarlo, hablarle, lo mismo si se presenta joven que si se presenta viejo. Aunque pasé muchos trabajos, con él fui feliz y le tengo que estar agradecida, muy agradecida. Pero así son las cosas, no lo sueño. En los sueños soy cada vez más niña y las cosas son de más para atrás. Porque miren, la vejez se parece a ser niño, con decirles que ahora a mí me gustaría más que nunca jugar a las muñecas o el chucho escondido. A veces me tengo que contener. Cuando uno es chiquito, no se da cuenta, y lo que quiere es crecer y crecer; de que es viejo, sí se da cuenta: y sabe que ya no tiene remedio. Primero se quiere vivir mucho; pero después, con el tiempo, no; uno se aburre y quisiera terminar. Es por la soledad. Llega una edad, como esta mía, que ni con quién hablar se encuentra porque la gente de tu época ya se murió. Durar mucho es terrible. Los árboles que siempre viste y te parecían eternos se secaron, la casa donde naciste la tumbaron e hicieron otra distinta, donde había un sembrado de girasoles ahora hay un potrero, y así. No sabes dónde estás. Y con los viejos nadie tiene tiempo de hablar, ni de atenderlos, a menos que se enfermen. Entonces uno, medio sin darse cuenta, se va rodeando de fantasmas y de recuerdos. Yo oigo voces, olores, veo gente, que no son de ahora, son de otro tiempo. Cuando por la mañana tomo café en mi jarrito, que es mi jarrito de toda la vida, Eusebia viene y se sienta a mí lado y conversamos y oímos a papá y los muchachos, Alejo y Anastasio, voceando, arreando las vacas en el corral, sobre todo a Caramelo, porque siempre hay una vaca que se llama Caramelo, y ésas son las más bravas o las más lindas. Ustedes ven que a veces me quedo mirando horas para la guásima, ¿saben por qué?, porque la sombra de esa guásima es igualita a la de aquella guásima donde mamá se sentaba para que Eusebia y yo la peináramos. Yo seré una vieja triste, pero no soy una vieja amargada, porque me acompañan mis recuerdos. Por eso ustedes hagan lo que les digo, cuídenlo todo y quieran las cosas. Cuiden. Cuiden los jarritos, los platos, la ropa que tienen, fíjense en todo. Un suponer, ¿una gallina puso un huevo?, ustedes van y se fijan, y luego se fijan si ese huevo se vendió o nació un pollito que más tarde fue gallina o gallo, y le siguen la historia. ¿Qué otro día llueve? Ustedes se fijan. Todas las lluvias, y a los muchos años uno dice, la vez que llovió de esta manera pasó tal cosa, llegó la chiva Caridad a la casa. Y piensen. Cuando veo al niño que se queda calladito y lelo en un rincón o entre los matorrales, lo dejo. Está inventando y entonces digo, éste se salvó, si inventa se salvó, porque uno no sólo ve los recuerdos, también ve lo que inventa, lo que se inventa también es real. Porque miren, la vida de nosotros no es bonita, y eso no tiene arreglo, no se puede hacer nada, no valen protestas ni promesas. ¿Entonces que va ha hacer uno?, ¿se va a conformar? No. Inventa en la cabeza. Llena la vida de las cosas que le faltan y si para eso tiene que conversar con un pollo, conversa, y si tiene que ver una vaca volando, la ve. ¿Que alguien dice que uno está loco? Que lo diga. No señor, ésa es la gracia que Dios le dio a los pobres. Por eso usted encuentra en los campos gente muerta de hambre y son las personas que en sus casas tienen animalitos, siembran flores, adornan la pared aunque sea con un bucarito y se bañan todas las tardes.
Cada cosa tiene algo bonito y que alegra. A algunas se les ve a simple vista y a otras hay que buscárselo, pero también lo tienen. Y las bonitas tienen su parte fea. Cacen una mariposa y mírenle la barriga, las antenas, las patas. No es bonita, pero suéltenla: ¡preciosa! ¿Qué hay que hacer entonces? No cazarlas. ¡Dejadas volando! Yo no me moriré si ustedes se acuerdan de mí, me quedaré viva. Sí, me iré para el cementerio y me enterrarán con Félix, pero también andaré por la casa y no como una muerta que mete miedo y hala los pies por la noche, que eso a mí no me interesa, sino en la mente de ustedes, haciendo las cosas que yo hago, conversando, trajinando en la cocina, indicándoles cómo se hace esto o lo otro, recordándoles una yerba que sirve para remedios. Y como también yo tengo mis recuerdos, mi mamá, mi papá, mis hermanos, pues también ellos están en la casa y les ayudamos a ustedes a tener una vida bonita, aunque la vida no sea bonita. Porque eso es lo que a mí me preocupa, ¿de qué se van a acordar ustedes cuando lleguen a viejos?, ¿de esta calamidad? Ustedes sufren menos, sí, yo no les he dejado poner un padrastro, gracias al cielo están los tres juntos y nadie los va a separar, que separar a los hermanos es el crimen más grande que hay, pero la vida de ahora es todavía más fea, más sin sabor, más aguada que la de antes. Está reseca. Será que la vida también se ha puesto vieja y se ha cansado, con tantas cosas que ha visto. Ya no tiene aquello de dar sorpresas, buenas o malas, pero sorpresas, y despertar ilusiones. Uno está vivo cuando al levantarse todo es un misterio, no sabe qué va a ocurrir por la tarde. Ahora no, ahora sabemos: no va a ocurrir nada. Cada vez estaremos peor y no pasará nada. Este es el fin del mundo. Yo soy una vieja y lo sé. Ahorita empieza a llover, el agua esa de los cuarenta días en que todo el mundo se ahoga. ¿Ustedes no se fijan en una flor, que la flor cuando se marchita se pone triste y triste hasta el final y ya no echa más olor ni más colores? Pues así le está pasando a la vida. Yo me marchito después de vivir, yo he vivido, pero ustedes son unos brotes y ya se tienen que marchitar. Es la lástima y la soberbia que me da. Por eso a veces no los regaño, dejo al niño en el patio y a las hermanas en sus juegos. Ustedes no son tan malos como les digo, ustedes son bastante buenos, lo que no quiero que cojan mucha soga y se malcríen. Yo comparo: esta vida de ahora no es la vida de antes. Por eso alégrense de que yo tenga tan buena memoria y les cuente, así ustedes podrán recordar también las cosas mías. Incluso yo creo que cuando esto del tren fue cuando la vida se cansó de verdad, cuando dijo hasta aquí llegué, y se desplomó. Una vida que no es vida no puede traer un tren, y menos de diez vagones y con un circo. ¿Les aburro? ¿Me fui del cuento principal? No importa, lo que quería decirles era eso, que hay que mirar, oler y oír. ¿Dónde fue que me quedé?, ¿por dónde me puse triste?, ¿por lo del vestido? Ustedes van a ver cómo empato, que ni se nota la costura... •
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