Se encuentra recargada en la ventanilla de un automóvil, con la ligera indiferencia de una adolescente aturdida, y su rostro choca en el cristal, dejando una marca gruesa de acne que limpia sigilosamente de inmediato al ritmo de una canción que marca su palpitar.
Sigue mirando distraída por la ventanilla, mientras su madre repasa con un tono peculiar, los sermones de cada mañana, los mismos que escucha antes de cada comida o incluso tras la puerta azotada y perpleja del coraje que le provoca.
Por encima de sus ropas se logra apreciar la graciosa silueta que hacen sus senos de niña, en el suéter rosa que usa desde hace tres navidades. Pero tras el cierre de su pantalón adornado y deslavado le cosquillea de vez en cuando la lujuria del verano.
Y no conoce el amor, ni los insoportables cosquilleos desde el hígado hasta las sienes, que provocan los amores desvariados.
Corre con alevosía a un paso dementemente lento, comparado con las demás niñas de su edad, pero su mirada penetra la libertad de los hombres que corren por la vida sin bandera.
La sutil curva en su labio superior simula enojo, cuando en realidad lo que siente es miedo. Y la compasión de sus dientes sorprende a los enamorados cuando sonríe sin estilo.
Después de este verano, será inolvidable la locura de mirar sus calzones rojos de vergüenza, tan rojos como el rojo del crepúsculo que admira con melancolía, aterrorizada por saber aquella verdad.
El cariño y la tristeza que experimenta son mala gratitud por que no sabe como amar, por que siente espasmos en la cabeza.
Y a veces se para al espejo y ve un cadáver con la boca pintada de rojo por la paleta de cereza que destrozo con las muelas, dándose cuanta que la inteligencia de sus senos no existe y la pasión de su boca jamás será descubiertas admira con rencor al espejo por que ella nunca podrá ser demasiado “linda” para ser admirada con el respeto de las pupilas testoreficadas.
Pero la verdad en sus ojos retoma el valor, mientras siente sobrio el corazón.
No luce erguida, pero la silueta de su imaginación, proyecta una candente postura de ideas brillantes y la blanca sonrisa de sus ideales se asoma por unos carnosos labios de ímpetus, y de nuevo el tímido titubeo se convierte en un estresante infinito a la perdición.
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