Despertar por la mañana, a eso de las 5:30 am, para un
ritual inútil de convenios con la imagen semi-desvelada, parece un trabajo casi
imposible, donde uno trata de darse
rehechura y todo resulta inútilmente igual. Para eso encender la radio es otro
ritual, siento que me re-programa inconscientemente, para estar un paso adelante informada y no ser
parte de la epidemia zombi que se sufre en una facultad donde las
noticias, son únicamente los adelantos
de lo que se ha estado leyendo durante la semana en los libros de medicina. Hay
que enterarse de lo que sucede y al mismo tiempo, amenizar esas horas que son
mas madrugadas que amaneceres y que se envuelven en el silencio, y se
burlan del sueño queriendo atrapar con las sabanas de nuevo, frente a un
escenario que pinta con canciones de cuna mentales y los únicos deseos de esos momentos que son
deseos de cama tibia.
Ese día por fin era
viernes, como siempre saliendo un poco tarde, abrí la puerta del coche de mi
papá para subirme de el lado del copiloto, y poder ir a la escuela, todo lo que
puedo decir, es que en esos momentos, parecía haber un extra de copiloto en el
asiento supliéndome .Todo es muy oscuro a esa hora, lo único que percibía entre relieves en el asiento, eran montañas
de carpetas, valijas, envolturas y la cantidad necesaria de ingredientes que me harían retardarme aun
mas. No se por qué tengo la manía de dejar siempre las cosas que traigo en las
manos, en el techo de el automóvil, para hacer cualquier cosa, ya sea inútil o muy necesaria y terminar dejando ese “objeto”
importante con una seguridad inconsciente asombrosa; como si el objeto por si
miso fuera a evolucionar, mutando pequeñas manitas o chupones adheribles para
sostenerse durante el camino, increíble es no recordar si quiera que traía yo
algo en la mano.
Pero por fin moviendo ya todo el personaje de objetos, me siente en el auto, cerre a puerta, y mi
papá con una ultima pregunta antes de iniciar la marcha ¿Lista, no olvidas nada? .Y por supuesto, que
claro, que le dije que no. Yo en esos
momentos de mono carburación, le asiento con la cabeza y después le niego al
mismo tiempo, y su seño de des concertación, dice:
-Pues vámonos entonces.
El enciende el auto, y yo recuesto la cabeza en el asiento mientras cierro los ojos , como tratando de recuperar
el sueño de hace unos minutos, mientras mi papá sintoniza el noticiario.
Esta Griselda Torres Zambrano al aire, informando sobre los
ni tan nuevos acontecimientos inútiles sobre el ascenso al precio de los
camiones, cuando, de repente se interrumpen entre locutores, para informar de
un evento poco afortunado pero que alarma de inmediato.
-Nos encontramos sobre periférico, en uno de los puentes
peatonales, aledaño a una de las colonias cercanas a la preparatoria numero 15.Un hombre de
aproximadamente 35 años de edad, se encuentra arriba de el puente, luciendo
en un estado de confusión
aparentemente en estado ebriedad, y nos
comentan paramédicos de la cruz verde que posiblemente también bajo efectos de
algunas drogas. El hombre amenaza con
soltarse y terminar con su vida. Dice el reportero.
Claro que abrí los ojos en ese momento en el que venia
dormitando, por que me encontraba a unos metros de esa misma dirección, en
donde reportaban a un hombre eufórico,
apunto de arrojarse al precipicio. Subí el volumen de la radio, y a lo lejos se
veía una multitud de autos, gente señalando, gritando: ¡Se va a arrojar! Estaban
también los policías, y un camión de bomberos. Y bueno allí dije,
definitivamente hoy no llegamos temprano.
Abemos personas que despertamos “temprano” para intentar
llegar a tiempo, y hay personas que madrugan tambien para regalarnos el primer
espectáculo de caos por la mañana.
-Se va a aventar, dijo mi papá.
-Préstame tu celular, el dije yo.
-Se encuentra en estado de ebriedad, decían en el radio.
Y la gente pues gritando, parada en seco totalmente, ya sin interés
de avanzar para ir a sus trabajos. Sacan fotos, se fomenta el morbo.
El escenario parecía una catástrofe al estilo fin del mundo,
había hojas de papel por toda la calle, revoloteando, como si un tornado
hubiese pasado, y el apocalipsis estuviera adelantándose a nuestras pesadillas.
Ese hombre que desde hace unos minutos se encuentra arriba
de uno de los puentes peatonales, se
abalanza y se entume, se abalanza y dice que se va a soltar, lo asegura, lo reitera
y lo jura por la virgen de Guadalupe.
Provoca un juego de
nerviosismo para todos, los autos inclusive se detienen, se estacionan, y se
ponen a mirar, como lo hacen a las afueras del aeropuerto para mirar los
aviones pasar. Se siente una caída libre en la boca del estomago en todos los espectadores
cuando se aprecia a el hombre etílico de
las alturas.
Yo pues cloro, debía llegar temprano a clases, mi papá claro,
no se iba a detener, y con esa sensación de incertidumbre desesperada por saber
que iba a suceder, mi papà esquivo a un
auto que distraído, el conductor
anonadado igual que la multitud casi nos hace chocar.
-Sabes que, hay que moverse de aquí, esto esta de locos. Dijo
mi papá con un tono aturdido, mientras acelero ágilmente, esquivando a los
automóviles, con vueltas maniobrantes, yo veia un escenario pasar y quedarse atrás, con la
conmoción, de que ni sabia que lo iba a
pasar con el hombre suicida y tampoco
iba a llegar temprano, y seguía sin entender porque la gente que pasaba
en su coche volteaba rápidamente a ver el auto de nosotros cuando pasábamos.
Subí el volumen de la
radio, para saber que es lo que sucedía con aquel hombre y nos explicaba el reportero que por fin, un
par de paramédicos lograban acercarse, mientras la esposa del hombre gritaba
desesperada bajo el puente por su marido, según nos narraban por el noticiario.
-¡Por fin! Se han acercado a él y no me lo vana creer, pero
en sus manos llevan una hielera con cervezas. Si, cervezas.
Poco a poco el hombre confundido, ebrio y entumido por
abalanzarse mas de una hora, accedió a bajar, por la grandiosa razón de saber
que si lo hacia, iba a degustarse unas
sabrosas “chelas heladas”, para
olvidarse del mal rato y para el susto tal vez.
-¡Lo bajaron con unas
cervezas! Jajaja. Le dije a mi papá.
Y entonces comprendí, que ese escenario en la carretera, que
lo hacia ver espectacular con el detalle
especial que lo disfrazaba de
apocalíptico, de hojas regadas
revoloteando por doquier, no era otra cosa que mi libro en copias desojándose de farmacología, que venia volándose por todo
pleno periférico, cuando lo deje en el techo del automóvil.
Libros tan pesados, que tienen la curiosidad de no caerse
completos, si no de adherirse bien a los techos mojados de los automóviles para
ir deshojando su interior y hacer los dramas de ciudad aun mas interesantes.
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