Me gustan los recuerdos que llegan con la música, más si hay viento y las cortinas rosan la piel cuando el viento suspira...cuando sucede por accidente, ese placentero enigma de poder recordar lo propio a partir de voces ajenas.
Me gusta ver a las personas e imaginar los órganos y músculos en su interior.
No me gusta preguntarle a las personas lo que les gusta y que me respondan que "de todo", o que "ninguno" o simplemente, “como sea”.
Me gusta no tener un mejor sistema de comunicación que la sonrisa, y más aún cuando proviene de una persona cuyo destino te interesa más que el tuyo.
No me gusta el momento de silencio que se crea antes de irme, por la dichosa sensación de querer permanecer 5 minutos más.
Me gusta capturar la silueta de la ropa en el cuerpo, la caida de la tela y las arrugas que se forman cuando alguien se sienta.
No me gusta la simpleza.
Me gusta caminar sin rumbo, sin mapas, ni horario fijo, me gusta la sensación de no saber exactamente hacia donde voy.
No me gusta que las personas que me acompañan no puedan decidir lo que prefieren.
Me gusta mucho tomar café, agua y vino, porque son el mejor pretexto para la conversación.
Creo que la civilización le debe mucho a beber estos líquidos sencillos que sirven para contar historias, para compartir el sentimiento de querer comenzar algo.
No me gusta, cuando se jala mi cabello.
Me gusta el olor de la tierra cuando se moja y el rumor del mar, quizá son las sensaciones elementales, en las que sientes que la naturaleza es un milagro que te excede.
Me gusta abrir un libro meses después de las vacaciones, y encontrar arena entre sus hojas.
No me gusta que las personas decodifiquen lo que digo.
Me gusta, las sabanas recién cambiadas, de niña me sorprendían el instante en que entraba a la cama y sentía la envoltura fresca, me encantaba seguir el recorrido cansando la parte más fría de la cama.
Me gusta escribir esto.