Quisiera decirte que te abrigues bien, que te vaya bien en el trabajo, que voy por ti para tomar chocolate con pan en el cafetín de los chinos, en el centro de la ciudad, en esas calles que conquistamos caminando. Quisiera preguntarte si eres feliz, pero no lo hice cuando estábamos juntos, y ahora me parece ridículo dirigirme a las paredes sudadas de este cuarto. Maldito cuarto. Lo recorro diez o veinte veces en la madrugada, y caigo en cuenta que era mejor cuando estabas y algunos espacios me estaban vetados. Tu recámara, por ejemplo. O el pasillo que daba al baño, y ese mismo baño... Después desperté.
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